¿Qué ha conseguido el Procés? (III)

Cuando empecé a tratar el tema del movimiento independentista, allá por el 2012 en mi primer blog (este es el tercero), lo hice como neófito al que le llamaron la atención unos datos extraños de una encuesta del Centre d’Estudis d’Opinió. No recuerdo cuál, pero esa fue la razón — fue un número (o las interpretaciones que se hacían del mismo) en una tabla del CEO lo que me convirtió en anti-procesista. Pero esa discrepancia, entre la realidad y el Relato, abrió la puerta a mucho más.

Mi interés por el tema no era (ni es) patriótico (español.) Me sigo considerando catalán por la simple razón que lo que ocurra aquí me afectará mucho más directamente. No es un sentimiento excluyente, sencillamente la constatación de algo inevitable. Mi rechazo fue una cuestión de higiene mental, pues cuando vi los primeros brotes de El Procés, tuve la misma reacción que tengo cada vez que veo una obra de arte contemporáneo: una respuesta visceral de estar frente a un timo, frente a un ejercicio de malabarismos intelectuales y semánticos para ocultar que el emperador está en pelotas.

No obstante, como es un tema político y legal, también tuve que meterme en ese “fregao” y, en muchos casos, aprender de prisa cosas por las que jamás me había preocupado antes. Aún recuerdo cuando básicamente hice ctrl + f de todas las constituciones del mundo para ver lo que decían sobre la independencia de sus regiones, y descubrí que – contrariamente al relato del Commentariat Procesista – solo cinco le daba una (limitada) libertad al concepto de Autodeterminación. A ver si aún me acuerdo… Liechenstein (por si alguna de sus mini-regiones quiere unirse a otro país), ¿Sudán? (por Sudán del Sud) Saint Kitts y Nevis (por Nevis), Ethiopía (debido quizás a su peculiar historia ausente de colonialismo) y… la última ahora mismo se me escapa.

Estuve a punto de escribir sobre el procés. Aún debo tener por allí la primera versión.

Mi preocupación era que El Procés no es en realidad un problema político, ni legal, sino mediático e ideológico… psicológico, de marco mental. La cicatriz sería, a falta de un término secular que lo describa mejor, espiritual. Cataluña sufría, básicamente, de una burbuja ideológica. Cierto, la política y la ley (o falta de la misma) es como se canalizaba eso, pero no era el fondo. Y hoy se ha visto más que nunca.

No voy a regodearme o actuar como si el problema hubiera desaparecido, pues el reto al Estado sigue ahí y no se ha esfumado. No ha desaparecido y aún existe la posibilidad de que todo empeore. Tampoco pediré que se olvide lo que se ha hecho, que la Ley lo perdone, o que se haga ver como si nada hubiera ocurrido. Estoy hablando de otra cosa.

Era todo emoción, promesas, ilusión, fantasía, agitación, rencor, spinning mediático,  sonrisas ocultando rabia, aguantar un día más por si ocurre un milagro,  y hacer leyes que luego uno mismo ignora y… poco más. Política post-moderna, la punditocracia, los tertulianos 24/7, etc. Se ha jugado con la percepción más básica de la realidad compartida, con las emociones que sustentan cualquier organismo social, y con la fe por un futuro mejor.

Hoy le he recomendado a mi madre que evite que mi padre (independentista convencido) siga las notícias, los comentarios de “expertos” y las cadenas de whatsapps.  Está jubilado, así que debería aprovecharlo bien para hacer cosas que de verdad le hagan feliz. Ya está mayor para estas cosas y creo que le rompería el corazón lo que puede que ocurra en los próximos meses. Lo mismo recomiendo a cualquier independentista desilusionado que pueda llegar a leer esto. Dejáos de “fuerzas de ocupación” y de chillarle a un poli y de creer que los Estados-Nación se hacen así por la fuerza del pensamiento positivo de un 40% de su población.

Cinco años perdidos de performance en performance, con la sociedad catalana espiritualmente rota. Y más años aún perdidos si se le suman los del Estatut, que también acabó quemando a todos los que participaron en él.

2 thoughts on “¿Qué ha conseguido el Procés? (III)

  1. Godofredo

    En mi empresa se ha prohibido hablar de política. Entre nosotros, y con nuestros clientes. Una consecuencia inesperada para mí es lo duro que está siendo el tragarme todas mis opiniones sobre lo que está pasando.

    Es duro callar. Pues bien:

    El otro día estuve en un picnic de padres, muchos de los cuales nos concemos desde hace años. Este año ha sido diferente, pues no ha surgido en ningún momento el tema. ¿Cómo es posible? Hasta ahora siempre habíamos habladod e cualquier tema con total libertad; incluso de política. Pero este tema es diferente. No se ha dicho, pero lo es. Y todos sabemos que el tema nos dibide en bandos. Así que, por el bien de la convivencia, guardamos las formas y ni una sola referencia.

    ¿Es callar la solución? Claro que no. Pero sabemos que es un tema que enfrenta a las personas y arruina la convivencia, así que preferimos callar; quizás en 20 años esto sea algo de lo cual reirse (aunque lo dudo: ¿en qué lado estabas tú entonces? será la pregunta que no podremos hacernos). Pero es lo que tenemos. Un problema (la separación: el yo no quiero convivir contigo) en el que puede que haya ganadores, pero en el que seguro que habrá muchos perdedores. Y una sociedad con un problema, la convivencia, que no se va a atrever a afrontar.

    Y no es esto todo el fruto del prusés. Está la herencia, lo que no vamos a conseguir, fruto de nuestra desunión. Lo que habríamos llegado a ser, y ya no seremos.

    EN fin. No podemos hacérselo pagar a los culpables ni obtendremos compensación, pero mi conclusión es que tendría que ser muy malvado para desearle un prusés a mi peor enemigo.

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