Leyendo esta entrada en Citafalsa, me he acordado de algo que escribí en mi antiguo blog. Como Javier escribe en su artículo, “cuatro años intelectualmente perdidos si es ahora cuando uno se plantea si se puede preguntar todo, sin restricciones.” Y no únicamente intelectuales. Hay un generación que ha visto algunos de sus años más críticos de juventud , que han coincidido con una gran crisis económica y social, malgastarse en la épica y promesas de un monotema redentor.
Lo he tratado en otras ocasiones y analizándolo desde otras vertienes, pero es algo que merece la pena resaltar de nuevo.
Lo que escribí hace años fue que la expresión “derecho a decidir” es una expresión retórica, y que el concepto que realmente se esconde tras las acciones (no palabras), acciones que se justifican por tal “derecho”, es en realidad algo que debería llamarse “derecho a escoger.” Y estoy siendo generoso con lo de derecho.
La distinción podría parecer pedante o sutil, pero la diferencia conceptual que marca una palabra u otra es importante. Decidir, del latín de + caedere significa literalmente “cortar algo de.” Pensad en el rey Salomón Homer y su tarta:
Literal y metafóricamente, eso es poder de decisión en su sentido etimológico más estricto. El que decide reflexione y “corta” la cuestión, escogiendo luego el plan o resolución a seguir. El poder, por definición, es una cadena y jerarquía de decisiones, donde unos deciden por encima de otros, y la autonomía de decisión de la gente de “abajo” es menor y condicionada por las decisiones de la gente con más poder. El ejército y su cadena de mando sería el mejor (y más extremo) ejemplo, pero el principio polítoco básico es similar incluso en democracia, aunque no nos guste admitirlo.
La palabra decidir tiene obvias connotaciones de poder y deliberación, deliberación que es además abierta (creativa, en el sentido de no limitada por el número de respuestas) Por poner une ejemplo académico: en un examen de preguntas abiertas, el estudiante reflexiona la respuesta a la pregunta y decide escribir una respuesta concreta. El conjunto de posibles respuestas es prácticamente infinito, desde material para una tesis doctoral hasta una caricatura para aquel que no ha estudiado pero le da cosa dejar el espacio en blanco.
Por el contrario, la etimología de escoger es más “pebleya”, o como mínimo es el ámbito hacia cual con el tiempo ha derivado. Los reyes, jueces, y dioses no “escogen”, como mucho escogen a un elegido o algo por el estilo, pero la palabra que se usa para su deliberación y autoridad es decidir. Escoger viene también del latín, de ex-coligere, y esa última parte de con- + legō. Más o menos, la palabra escoger significaría “de entre” (ex-) “un conjunto” (con-) “de elecciones/cosas/significados” (lego). Es decir, de un conjunto de elementos (coligere) se elige uno (ahí es donde entre el prefijo ex-).
Siguiendo con el ejemplo académico, por eso los exámenes tipo test se llaman de elección y uno escoge la respuesta (una elección dentro de un conjunto finito que otra persona ha DECIDIDO por ti.) Naturalmente, uno podría hablar de que el estudiante decide qué marcar, en el sentido de que reflexiona y piensa (tampoco soy yo quién como para decirte de qué modo tiene que usar el lenguaje), pero la gracia está en que alguien que no tiene ni idea de qué responder puede también escoger entre las diversas opciones, aunque sea al azar. Una máquina puede escoger así, pero decidir, para que sea una decisión humana, requiere algo más. Quien, no obstante, sí tuvo poder creativo de decisión fue el profesor que diseñó las preguntas, cuántas serían, el numero de opciones para cada uno, etc.
La definición de “escoger” que da la RAE confirma lo que he ido diciendo:
Del lat. ex- ‘ex-1‘ y colligĕre ‘coger’.
1. tr. Tomar o elegir una o más cosas o personas entre otras. U. t. c. intr.
“Entre otras.”
Es inherente al concepto de escoger que hay un campo limitado de elección, y que ese campo o conjunto suele conocerse al ser limitado (por naturaleza o por imposición de otra persona.) Es más, en no pocas ocasiones tal conjunto ha sido diseñado o decidido por otros con más poder o autoridad (de ahí lo dicho antes sobre la jerarquía de decisiones.) Tal limitación no es necesaria en la palabra decidir, y si hay un conjunto de decisiones ese es más abierto. Así, por ejemplo, uno habla de “decidir sobre su futuro,” con ilusión en los ojos pues implica libertad e ilusión, e incluye desde estudiar matemáticas, hacerse fontanero, hasta irse a vivir al monte para cuidar cabras. “Escoger el futuro,” no obstante, estoy seguro que suena (yo incluso diría que se siente, casi físicamente) como más limitado, como que alguien o algo te está dando una elección y tú te ves forzado a… escoger.
Volviendo ahora al “derecho a decidir”, no hay nada que lo ilustre mejor que lo que ocurrió el 29N, cuando se hizo aquel referéndum de la pregunta doble y que el secesionismo consideró una victoría aunque sólo fue a votar un tercio o así (lo digo de memoria) del censo. Si alguien tuvo poder de decisión durante todo ese proceso no fue el pueblo catalán sino Artur Mas (y los más cercanos.) Él diseñó la infumable pregunta, él decidió el día de la votación, él puso en marcha la maquinaría de propaganda, él (con su autoridad y poder) hizo que ese fuera el tema único de conversación mediática durante meses. En resumen, él decidió la agenda política, y luego permitió una elección (trampa) que dio dolores de cabeza a mucha gente durante meses (“¿¡Qué se supone que tengo que escoger aquí?!”) Hay que ser muy ingenuo para decir que el pueblo “decidió” todo eso porque es lo que realmente deseaba. De hecho, si algo decidió fue ignorar el tema por completo y quedarse en casa.
Como he citado arriba, “si es ahora cuando uno se plantea si se puede preguntar todo, sin restricciones.” Las preguntas a hacer son potencialmente infinitas, y si bien teóricamente uno puede llegar a preguntarlo todo, no todo puede preguntarse a la vez. Iniciar un proceso político y mediático como el Procés implica dejar de hacer muchas otras cosas (lo que incluye otros posibles “Procesos” sobre otros temas que pueden interesar incluso más,) y ese es el poder de decidir la dirección de la política nacional (o autonómica o lo que sea). Dicho de otra forma, tú -como ciudadano- podrás (quizás) un día votar como parte del Procés, pero no tuviste poder alguno para decidir iniciarlo pues esa fue una decisión que otros tomaron por ti. Así, un día te despertaste y te diste cuenta que sólo se hablaba de un tema y de lo necesario que era hacer una votación, y que si no se permitía eso era señal de criptofascismo. El Procés siempre ha sido un “sobre esto se hablará. Y punto.” Eso no es nuevo, sólo que ahora se ve mejor cuando los mismos que hablaban de democracia universal lo niegan.
El Procés no habría conseguido sobrevivir tantos años si no se hubiera aprovechado de esa confusión conceptual ni si no hubiera tratado la futura decisión colectiva en abstracto, sin tener en cuenta nada más que ella misma ni sus consecuencias, además de los costes inherentes a llevar todo un país por un único camino y con monotema político/mediático. Como si negar la facultad omnímoda del Procés para hacer que todo gire a su alrededor fuera negar la facultad personal e individual de cualquier catalám para decidir en un momento algo sobre su vida personal. Esa es la idea que se ha intentado transmitir, como si decir “no, no quiero que ese Proceso monopolice los recursos, tiempo, y energías del país” fuera lo mismo que agarrar cada catalán por el cuello e impedirle ejercer sus derechos de libertad de expresión y conciencia más elementales.
Y, además, lo de escoger ni tan siquiera sería un derecho sino más bien una obligación, algo a lo que te ves obligado a participar. El 29N y elecciones posteriores también lo demostraron. El secesionismo gana siempre, incluso cuando no va a votar ni la mitad de la población ya que (parafraseando) “Eh, si no participan, es su problema,” lo que demuestra que son ellos los que han decidido y forzado todo el tema, y que si no te guste, te aguantas. Con suerte se te permite votar No-No en una chufa improvisada.
A decir la verdad todo eso ha sido posible porque en democracia nos hemos contado tantas veces, como argumento retórico, lo de que en democracia el pueblo decide que, bueno, nos lo hemos creído. Cuando alguien usa la retórica sobre decidir (de igual qué), estamos indefensos y no sabemos cómo responder. Pero en sentido estricto, el pueblo tiene únicamente un capacidad extremadamente tenue y difusa de decisión, pasada por una ingente cantidad de filtros hasta que llega al último responsable con el poder de decisión final (el político.) Esa distancia es, por cierto, insalvable, pues la democracia no puede cambiar la naturaleza del poder, únicamente (que no es poco) cómo se ejerce, sobre qué, y sobre qué no. Al final, por mucho referéndum que hagas, alguien tendrá que decidir primero sobre qué se te permitirá votar y qué no.
Y así muere el Dret a Decidir, por una estatua fea con un aguilucho.
He encontrado esto tuyo. Se titulaba Demuéstrame que no (2): Derecho a decidir
Hace un tiempo hice un post sobre la falacia más conocida comúnmente como “demuéstrame que no es así”, cuyo argumento falaz viene a ser el siguiente: (1) Yo aseguro que X existe o es real, (2) Tú lo niegas o lo pones en duda, (3) Yo te digo que me demuestres que X no existe o no es real, (4) no puedes, ya que es casi imposible demostrar que algo no existe o no es real, (5) por lo tanto, yo tengo razón. Aunque no suele aparecer de forma tan descarnada, el ejemplo que analicé era lo mismo: El peculiar Xavier Sala-i-Martí aseguraba que la mujer que pegó a un político podía ser su amante, y para defenderse (aunque en realidad nadie le atacó ni se ofendió demasiado, imaginad el nivel de las tertulias catalanas) dijo “que demuestre él que no [es su amante]”, lo que es, como poco, difícil.
Como aquí hablo casi siempre de política catalana (y lo seguiré haciendo hasta que el tema se vuelva demasiado aburrido -ya queda poco- o salga algo más interesante -difícil pues aquí es un monotema-) haré la segunda parte con algo relacionado. Ha sido una sorpresa reciente, justamente de hace unos minutos, pues me he dado cuenta de que ese argumentum ad ignorantiam (el nombre en latín de la falacia anterior) está en el centro del argumento al “derecho a decidir” que, actualmente, con la victoria del partido Podemos -que ha convertido ese “derecho”en uno de sus lemas- se ha convertido en un monstruo difícil de controlar y que va mucho más allá de la independencia.
El origen de la expresión “Derecho a decidir” está en las reivindicaciones independentistas en el País Vasco (algunos comentan que viene de círculos más peligrosos que meramente independentistas) y, luego, por un camino poco claro llegó a Cataluña el 2006, cuando se fundó “Plataforma pel Dret a Decidir”. Jaume López Hernández es quien ha dado popularidad al término, ha explicado (o inventado, según se mire) sus bases teóricas y le ha dado “forma”. El documento fundacional de tal término político (pues es político, no jurídico aunque use la palabra “derecho”) fue escrito por él en el 2010. Lo diferencia claramente del derecho a la autodeterminación, que es un derecho reconocido internacionalmente y de aplicación a imperios y colonias. No hay engaño en eso en su artículo, de hecho, recomienda que se use “derecho a decidir” y no la autodeterminación pues éste puede ser perjudicial para los intereses de quien lo dice (al aplicarse a casos evidentes de colonialismo y minorías sin derechos políticos, mientras que Cataluña y casos similares no están en ese estado).
Analizar el artículo requeriría un texto más largo, pero eso de “Derecho a decidir”, si llega a formar parte del discurso político mainstream, será una bomba de hidrógeno que dejará lo de “concepto cargado de dinamita” del Derecho a la Autodeterinación en una cagamandurria. En cualquier caso me centraré en lo que concierne al título de este post, y es el último apartado de su escrito, el de”Propuestas de actuación” (recomendaciones, vamos):
En lo relativo a la generación de un nuevo paradigma [traduzco: que su invento del Derecho a Decidir sea aceptado como construcción intelectual/política válida y popular]:
Para que el derecho a decidir se convierta en un nuevo referente en el análisis y legitimación de las reivindicaciones que defienden la creación de los nuevos Estados es necesario:
1.Difundir el concepto y profundizar en sus implicaciones teóricas. [hecho, como mínimo lo primero]
2.Vincular el concepto con el discurso sobre la regeneración democrática [hecho. Podemos lo ha llevado al extremo cómico]
3.No convertirlo en ningún caso en un sinónimo del derecho a la autodeterminación [casi. Se intenta pero es difícil, especialmente porque la gente no entiende qué es lo de autodeterminación y para muchos suena a lo mismo que Derecho a Decidir. Además, como ambos llevan al mismo destino -independencia- se presupone que son lo mismo]
4.Igualmente, diferenciar entre soberanismo e independentismo, separando el debate sobre el derecho a decidir de una comunidad de las opciones que el ejercicio de tal derecho puede comportar [hecho, hecho y rehecho. Es eso de “solo queremos que el pueblo decida, no importa el qué”, “Primero votamos, luego interpretamos”, etc]
Para la aplicación práctica de este nuevo paradigma:
5.Se deben analizar los procesos reivindicativos y las tensiones que generan con los Estados, priorizando el elemento democrático por encima de otras consideraciones y, por lo tanto, tomando como foco de atención destacada la respuesta del Estado a las reclamaciones de un mejor encaje y de más democracia. No son las características de la pretendida nación sin Estado las que deben llevar la carga de la prueba de la justificación de las reivindicaciones, sino las características del Estado [existente] y sus carencias. Es necesario conectar las reivindiaciones de regeneración democrática (más transparencia, más participación) con las reivindicaciones asociadas al derecho a decidir, mostrando las concexiones de valores y principios que comparten.
El último párrafo es especialmente revelador por su descarado cinismo. Aunque está escrito, como el resto del artículo, en ese lenguaje académico que oculta falta de contenido con una esotérica (y extensa) prosa, es relativamente simple de entender una vez se traduce a una lenguaje normal. Lo que dice es, simplemente, que no es el independentismo el que debe demostrar las bondades de su propuesta, sino que es la negativa del Estado existente (y que ha existido durante décadas o más) a tomar en consideración que se decida (en los términos del primero, no del Estado) sobre el tema lo que justifica y da valor a tal propuesta. Es un argumento circular sumado a la falacia de ad ignorantiam, y es equivalente a decir que no es una propuesta de ley la que debe demostrar que es buena, necesaria, ética, aplicable, (y que ha seguido unos procedimientos mínimos) etc. sino que es la negativa del Estado a, por el mero hecho de pedirlo, tomarla en consideración, lo que justifica tal propuesta. El argumento es demencial y circular, con implicaciones peligrosísimas, pero cuela.
Si alguno cree que algo tan absurdo no puede ser tomado en serio, en Cataluña se lo cree casi todo el mundo. Ha sido el argumento principal (casi único) de Junqueras, quien ha repetido varias veces que será la negativa de España a aceptar la votación del 9N lo que, de cara al exterior, les dará fuerza y legitimidad. Es derecho a decidir con esteroides y llevado al extremo: Yo no tengo que demostrar nada pues yo soy un Santo que únicamente quiere que el Pueblo decida (“¿decida qué?” grita una alma solitaria). Da igual el tema (literalmente, el artículo de López Hernández lo dice, que da igual el tema) y no tengo que explicar sus bondades, su legalidad, ética, posibilidad, necesidad ni nada de nada. Es incluso un paso más allá del argumentum ad ignorantiam, pues ya no es que tú tengas que demostrar que eso del independentismo es malo, es que ni tan siquiera puedes pues el independentismo es irrelevante (aunque sea lo que la “decisión” busque), al ser una mera opción dentro de las múltiples que permite lo de “decidir”. Bueno o malo tú únicamente quieres decidir, y si te niegas, aunque tengas magníficas razones para ello, incluso de puro sentido común, es que eres un facha de mierda.
Es, literalmente, democracia ilimitada, y así lo describe el mismo López Hernández (“Democràcia sense restriccions”). Y aunque él no lo diga, eso crea una implicación inevitable: Si cualquier tema vale (sí comenta, que la reivindicación no debería ser violenta*), y es la negativa del Estado a tomar en consideración, ya no el tema sino la decisión sobre el tema, lo que justifica tu propia propuesta de decisión (sí, es un argumento circular)… puedes justificar CUALQUIER cosa. Incluso aceptando que tal derecho a decidir no debe violar, por ejemplo, los Derechos Humanos, hay muchas formas de destruir un país sin que directamente la decisión en concreto los viole.
No es que decisiones importantes no deban someterse a votación popular, pues DEBEN someterse. El problema es considerar que tal votación es ilimitada, lo primero y último a hacer y que es condición necesaria y suficiente (que nada más se requiere); y por encima de cualquier cosa. Cierto, la reivindicación del derecho es festiva, pacifica y transversal (signifique eso lo que signifique) pero las consecuencias de su aplicación pueden ser mortales. No se distingue entre la naturaleza de aquello que se decide, ni sobre su aplicabilidad, ni ética, legalidad, ni qué o quién se pisotea, ni si es una decisión reversible o no, ni si debe haber una pregunta clara o no. Nada de eso importa, únicamente la natural negativa del Estado a aceptar tal locura, que circularmente será lo que justifique la propia locura.
Ningún rey absolutista tuvo tanto poder sobre su sociedad como lo que el Derecho a Decidir pretende crear y darle al Pueblo para que se ahorque él mismo, feliz y contento porque está “decidiendo”. Es una constante universal de esa democracia revolucionaria (que es lo que creo que estamos viviendo o que se acerca peligrosamente) que mientras se pide límites al poder del Gobernante, el Pueblo considera que su poder es ilimitado y no debe tener límite alguno (incluso si pide los mismos al rey/presidente). Y no estoy seguro de que la gente sea consciente del monstruo que se ha creado aquí, en Cataluña, y que de momento ha emigrado ya hasta Madrid (con Podemos). Y con lo que viaja y habla su líder no me extrañaría que dentro de poco aparezca en otros países. Lo que diré ahora parecerá una exageración (y en cierto modo lo es), pero quiero que quede constancia por si llega a ocurrir, para que se vea que alguien lo vio venir:
Si tal Derecho a Decidir llega a formar parte del mainstream político y sale del frikismo mediocre del independentismo catalán (que son tan ineptos que no tienen ni idea de que tienen una bomba entre sus manos), el mundo tal y como lo conocemos puede despedirse. El Derecho a la Autodeterminación ha provocado muchas muertes, y eso que era un derecho real, positivo, probablemente necesario y bien limitado. Lo de Derecho a Decidir, que no es derecho alguno sino un grito colectivo de “Lo que yo digo, porque yo lo digo, y por encima de lo que yo digo“, será mucho peor, independientemente de las buenas intenciones del que grite. Si se extiende solo es cuestión de tiempo que, por ejemplo, en países de mayoría musulmana salgan millones manifestándose por su “Right to democratically decide” cambiar (léase:imponer) su sistema legal hacia la Sharia (en la mayoría de países es una mezcla de derecho occidental con toques islámicos). Y afirmo, pues lo he visto en múltiples encuestas, que sería la opción vencedora y por mayoría extensa. De hecho, en muchos de eso países desean A LA VEZ, más democracia (poder votar) y más islamismo (es decir, lo primero para decidir lo segundo). Eso de que quieren democracia para ser más occidentales, liberales y twittear gilichorradas es un mito.
Artur Mas y los suyos (también ERC) han seguido a pies juntillas las recomendaciones y propuestas de acción de tal artículo fundacional sobre el Dret a Decidir, incluso a riesgo de vergüenza personal considerable. Pues funciona y, de hecho, creo que consigue un efecto similar al del glorioso butifarréndum, atraer gente hacia ti que, aunque no independentista, se ve molesta por la “negativa del Estado”. No obstante, los catalanes, como la mayoría de occidentales, somos unos amansados y el peligro que tenemos es escaso, pero ya veréis cuando otros países menos tímidos empiecen a jugar con el concepto de “Democracia radical” y justifiquen sus actos (¡con votaciones transparentes y todo!) gracias a eso. Ya veréis qué risa y como todo el mundo intentará desesperadamente modificar sus definiciones de democracia para excluir lo que está ocurriendo. Si alguna vez llega a ocurrir, recordad que el Emperador lo dijo primero. En cualquier caso, lo primero que tendríais que hacer, antes de citarme, es pasarle a Rahola el vídeo de un islamista gritando que tienen derecho a decidir democráticamente su propio sistema legal, cultural y religioso, porque es un pueblo distinto, con historia propia y diferenciada. Seguro que le hace mucha, mucha gracia.
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Para los vagos, la justificación teórica de Dret a Decidir se resume a esto:
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*Lo que no implica que el tema a decidir o que se escoja no pueda conducir, como consecuencia, a la violencia.
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No te preguntes cómo es que lo conservo. Es así. Y punto. (Casualidad y una función muy curiosa de mi app WordPress, que sorprendentemente conserva unas cuantas entradas del Bloc)
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Hah! No era esa en concreto (era muy corta) pero me viene muy bien pues toca el mismo tema. O yo que me repito bastante.
En cualquier caso, me lo guardo y quizás lo actualizo. Gracias.
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Tengo más XD
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Es cierto eso de que Internet no olvida nada.
Por curiosidad, ¿son únicamente los que reblogeaste o es que se conservan todos en tu News Feed, Reader, o como se diga eso?
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Sí, algo así. Tengo la aplicación WordPress para Android. Y en “mis sitios”, no sé cómo ni por qué, se conservan enteros las entradas del blog, desde el 1 de noviembre de 2013 hasta el 6 de mayo de 2015.
Es algo así como si la app hubiera guardado una caché de todas las entradas, con la única excepción de las imágenes.
Curiosamente, sólo puedo acceder a las entradas enteras desde la app Android. Desde el ordenador, únicamente leo el encabezamiento de las entradas.
Ya buscaré -si existe- la manera de descargarlo todo.
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El pueblo como constituyente eterno y omnipotente. Una vuelta de tuerca a la teología. Estremecedor y, como dice, cada vez más extendido.
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Pingback: El país que se hace. – The Frisky Pagan