En todo, y no creo que sea cuestión de que yo me esté volviendo mayor o vea las cosas del pasado con nostalgia. El declive en la calidad de muchos productos (culturales, quiero decir) y en el gusto del público se puede ver en muchos aspectos. Y aunque es difícil valorar algo como el gusto, lo que sí puede valorarse es el cambio a través del tiempo, y una forma bastante sencilla de ver si alguien se ha vuelto tonto es averiguar qué chorradas, engaños o estafas se traga ahora que antes no.
Aunque podría pasarme horas hablando de la decadencia en la calidad de películas, series, arte, libros o lo que sea, a algunas personas eso no les importaría por no parecer relevante o “grave”, pero hay un ámbito en el que casi todo el mundo sí coincidiría que es grave: política. Al fin y al cabo, si algunas películas se han vuelto más tontas y el público ahora se traga cosas que antes habrían provocado vergüenza ajena, pues vale, y qué ¿pero y si la película es el teatro de la política?
Recuerdo vagamente el mundo precrisis y preredes sociales, pero creo que no me equivoco si digo que ciertas cosas que se dicen ahora no se habrían tolerado o se habrían tomado a chiste, como “friquismos”. El público en general siempre ha sido cínico con la clase política (y hay razones para serlo) y el comentario más elemental del incluso menos enterado sobre estos temas era que los políticos siempre están prometiendo cosas que luego no hacen. “Cosas” es la palabra clave.
Por muy frustantes o poco éticas que sean las promesas incumplidas, como mínimo te prometen algo concreto, una “cosa”, una mejora sobre algo concreto. En la nueva política, no obstante, no se prometen cosas u objetivos, se prometen (o motivan) estados mentales, emocionales, e ilusiones, y regeneraciones globales de la sociedad; curaciones casi místicas de alguna especie de pecado original colectivo.
Como me encantan los Simpsons y siempre digo que todo está en allí (y ver su evolución sería un ejemplo perfecto de la decadencia antes comentada), lo compararé con un capítulo clásico:
En “Dos coches en cada garaje y tres ojos en cada pez” (Episodio 4, Temporada 2) el Señor Burns se presenta a las elecciones del misterioso Estado en el que se encuentre Springfield, no porque le importe el pueblo o la política estatal sino porque así podrá cambiar las leyes que podrían cerrar su peligrosa y creadora de mutantes central nuclear. En sus demagógicos discursos, algo que repite muchas veces es su intención de bajar los impuestos, “les guste o no a los burócratas de la Capital” añade siempre luego. Es una mentira, por supuesto, o como mínimo no especifica qué impuestos o a quién se los bajará (probablemente a él), pero como mínimo es una promesa sobre algo. Y a base de inaugurar edificios, mentir, y dejar a su oponente como un mal bicho, pasó del 0% de intención de voto a casi ganar las elecciones.

Eso es lo que podríamos clasificar como una mentira clásica de política: Una falsedad o, como mínimo, una promesa que no se podrá cumplir. Pero lo bueno que tienen las mentiras es que pueden descubrirse pues como mínimo el mentiroso trabaja sobre suelo sólido, pues oculta la verdad y propone un engaño, y si el engaño se descubre no es difícil inferir lo que estaba oculto y, por lo tanto, la verdad se acaba descubriendo. ¿Pero qué ocurre cuando nada es sólido, el lenguaje se usa como da la gana, y no se promete nada concreto? Si antes la gente se reía de políticos que prometían X, qué dirían aquellas personas (nuestro yo del pasado) de la política del 2016, cuando se promete cambiarlo TODO

Me da a mí que si un político en 1995 hubiera dicho eso, se habrían reído de él (bueno de Rufián mucha gente ya se ríe, pero quiero decir que más aún) ¿Cómo juzgas a alguien que te ha prometido cambiarlo “todo”? Es más, ¿cómo es que te lo tomas en serio? ¿Qué significa exactamente algo como “Las mujeres somos el cambio. Es ahora y con nosotras.“? O “Nosotros somos el cambio, ellos el recambio.“? ¿Qué significa exáctamente ser el “cambio”? ¿Qué se me está prometiendo (y que luego se incumplirá, pero bueno)?
Como proceso (hacia dónde) o decidir (sobre qué), son palabras que requiren concreción pues no se puede procesar y decidir sobre todo a la vez. Por sí solas son palabras que no sirven para nada más que inducir cierta sensación happyflower de rebelde que cambiará uh… algo, o todo: “Governem-nos per canviar-ho tot.” ¿TODO? Eso es ambicioso, especialmente para un partido que se presenta a unas elecciones parlamentarias en un Estado de Derecho de la Unión Europea, donde por definición la posibilidad de cambio es escasa, entre “muy poco” y “nada”. Si fuera a elecciones para Imperator de Catalonia, pues aún, pero no es el caso (y si lo fuera y pretendes cambiarlo todo a decretazo y pisando lo que sea, pues admítelo y no te disfraces de “demócrata”)
Y hablando de happyflower, hace años eso de “Somos el Cambio” lo decían los colgados de la New Age, al estilo “Nosotros Somos el Cambio Cósmico“, pero ahora parece que lo dicen políticos serios. Y lo peor de todo es lo dicho anteriormente, ¿cómo se incumple algo así? Si me venden una estafa, que me vendan oro, pues podré demostrar el engaño luego, pero no humo, que eso no hay por donde cogerlo. Al final, de Señor Burns hemos pasado a esto:

Y no parece que nadie proteste o como mínimo nadie de los que tienen poder y voz para hacerlo. Hace años, muchas de las cosas que veo cuando enciendo telediarios varios habrían sido impensables, y los programas de sátira política se habrían dado un festín con cierta forma de comportarse y hacer política. Ahora enciendo la tele y veo noticias que en realidad son anuncios, periodistas que son opinadores, programas de pseudosátira que en realidad se les ve el plumero ideológico a la legua, y mucha gente tonta. Quizás recuerdo el pasado con cierta nostalgia y olvido lo peor, pero no creo, creo que ha habido una decadencia y declive objetivo en calidad, tanto en lo que vemos como en los que ven.
El bombardeo informativo ha derivado en conocimiento superficial, atención liviana… y una absoluta permeabilidad a cualquier tontería.
Uno de los ejemplos que tomo es el hecho de que bobadas como los “virales” suelen ocupar espacios nada despreciables de las portadas. Lo que antes leías con curiosidad (y con doce años) en la sección “Mundo singular” del “¡Hola!”, o quedaba relegado a páginas secundarias y de relleno de cualquier periódico, ahora es absolutamente corriente a diario.
Evidentemente que todo ha evolucionado y no podemos quedarnos estancados a treinta años atrás, pero… (ese PERO, no hay forma de desprenderme del PERO) la superficialidad nos ahoga. Sin caer en el elitismo, o una supuesta superioridad intelectual, coincido en la detección de un descenso de calidad media.
Quién sabe, quizás también es producto de que, por el mero paso del tiempo, uno acumula experiencia y conocimientos, por lo que tampoco hay que obviar esa interferencia a la hora de valorar.
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