[Nota: Lo que sigue es una traducción de una parte del artículo “The Will to Outrage” the Theodore Dalrymple. Para leer el original y los siempre desquiciantes y perturbadores comentarios en Takimag, click aquí ]
[This is a partial translation of Theodore Dalrymple’s article, The Will to Outrage. The original can be found here]
“La indignación supuestamente sentida en nombre de otros es extremadamente gratificante por más de una razón. Posee la apariencia de abnegación, y a todo el mundo le gusta sentirse un altruista. Confiere una respectabilidad moral al deseo de odiar o despreciar alguna cosa o a alguien, un deseo que nunca está muy lejos del corazón humano. A aquel que la siente le da la posibilidad de un propósito trascendente, si es que decide trabajar hacia la eliminación de la supuesta causa de esa ira o indignación. Y puede incluso proporcionarle una razonablemente lucrativa carrera, si decide convertirse en un activista o político profesional: pues no hay nada como provocar resentimiento para crear una clientela política.
El antiracismo es una causa perfecta para aquellos con una indignación flotante pues les coloca automáticamente en el lado de los ángeles sin tener que sacrificarse personalmente. Sólo tienes que acusar a otros de ello [racismo] para sentirte virtuoso tú mismo. No existe defensa contra la acusación: el propio intento de defenderte demuestra su verdad. […]
Una vez yo mismo usé tal acusación de una manera de lo menos escrupulosa, únicamente para ver el efecto. Hace unos veinte años me encontraba en compañía de gente bien pensante (es decir, gente totalmente distinta a mí,) entre ellos una eminente abogada de los derechos humanos con una cosmovisión impecablemente internacionalista. Estaba hablando con característica autosatisfacción sobre un caso en el que los recién descubiertos derechos humanos de alguien habían sido infringidos. Aquello fue poco después del genocidio de Rwanda y, como estaba cansado de toda la complacencia moral sobre el tema, la acusé de racismo. ¿Cómo podía preocuparse por ese caso -exigí saber- cuando medio millón de personas o más habían sido recientemente masacradas y los culpables seguían sin castigo (como en aquel momento era el caso)? ¿Era porque era racista y no consideraba que todas aquellas vidas perdidas fueran importantes al ser negras?

Lo que dije fue absurdo, por supuesto, completamente injusto y sin ningún fundamento, y yo lo sabía. Lo que me interesó, no obstante, fue la cara de pánico de la abogada cuando la acusé. Fue como si hubiera acusado a San Simeón el Estilita de albergar deseos y tendencias sexuales mientras estaba en la cima de su pilar, especialmente por la noche. Se puso nerviosa, no porque lo que yo dije fuera verdad, sino porque era difícil o imposible demostrarle a la asamblea reunida que no lo era. Por lo tanto, podrían haber pensado ellos, debido a que no hay humo sin fuego, quizás en verdad ella no era totalmente libre de racismo. Por un momento -aunque, por supuesto, no uno muy largo- tuvo miedo por su propia santidad.”
¡Qué bueno! Me lo aplicaré cuando me interese.
LikeLike