La ausencia de definiciones claras, temas y conceptos bien demarcados en un debate es señal evidente de que uno está en un discusión donde la herramienta principal, como se dice técnicamente, es la diarrea verbal explosiva. Bueno, quizás no es la descripción académica, pero servirá. Cuando uno ve a tertulianos saltar de un tema a otro, manteniendo la ilusión de continuidad, es que uno está ante sofistas y fanáticos. Alguien podría escribir una enciclopedia con los que tenemos aquí.
Si tienes estómago y entiendes el catalán, este “debate” es ejemplar: http://www.e-noticies.tv/canales/actualitat/espanya-es-una-dictadura-19508.html Si no, da igual, no te pierdes nada saludable, y ya resumo yo los puntos esenciales. Lo que quiero remarcar es la pendiente, como el tema salta de un lugar a otro, cada vez más absurdo y alejado de la primera alegación, pero la carga emocional, hostilidad y mala leche de las insinuaciones se mantiene. Debates como estos, en los que únicamente se busca la siguiente excusa o justificación -por ridícula que sea-, no son excepcionales.
En el “debate” la maldad de España se desliza desde el franquismo hasta el bilinguismo como quien no quiere la cosa, y porque el debate se acaba, que si no lo habría asociado hasta con los toros o que la mitad de “La roja” son del Barça y que aquí hay un intento de españolizar a través del fúbtol. Esta es la secuencia de eventos:
(1) Jordi Borràs comenta que hablar de democracia y España le “crispa”, insinuando que son conceptos incompatibles.
(2) Nacho Blanco, que por masoquismo continúa participando en estas cosas y es el único tertuliano que no es de la secta del bando democrático, se ofende por la insinuación de que España es una dictadura
(3) Primera retirada: Todos los demás a coro, “Oh, ¡pero no hemos dicho eso!” Por supuesto que no, solo lo han insinuado, y si Blanco no se hubiera ofendido, lo habrían dejado pasar. Ese es el poder de las insinuaciones sectarias grupales, festivas, y democráticas. Es como si digo que vi a tu hermana por la calle una noche, borracha en extremo, con más piel a la vista que ropa, y arrimándose a cualquiera. No estoy diciendo lo que crees que estoy diciendo, no he dicho la palabra concreta, ¿así que por qué te ofendes tanto? Solo dije que los conceptos de “tu hermana” y “cerrada de piernas”, como que me crispan y me extraña verlos juntos. ¡No sé de dónde sacas tú las otras insinuaciones, malpesando!
(4) Como prueba del carácter dictatorial de España, Jordi Borràs comenta que aún hay franquistas en el poder (o, casi, que siguen en el poder.) No comenta quién ni dónde, aunque dice “en los consejos de administración.” En cualquier caso, se repite el mantra de que España no ha condenado el franquismo. Martín Blanco lo rebate, pero nadie se disculpa, admite el error, o intenta investigar más para saber si es verdad. Aquí, como si no ocurriera nada.
(5) Segunda retirada: Jordi Borràs le recomienda a nacho que “lea un libro” (y luego le pone “deberes”,) y comenta que aún hay calles con símbolos franquistas (o algo por el estilo.)
(6) Nacho comenta que eso es un poco ridículo. No importa, España sigue siendo antidemocrática, tanto porque hay calles con nombres problemáticos como porque:
(7) “El Estatut,” la ofensiva lingüística, el 80% de una encuesta telefónica que dice que querrían votar en un referéndum (¿es que alguien dice que no a estas cosas?) y, al final…
(8) Porque es imposible “sobrevivir” en Cataluña sin hablar castellano.
SOBREVIVIR. No, “quizás pueda causarte algún problema según dónde estés, qué quieras haces, o con quién quieras hablar.” No. SOBREVIVIR. Ya sabes, si quieres SOBREVIVIR, aprende castellano.
Y así, saltando desde el franquismo, pasando por encuestas telefónicas y los nombres de las calles, hasta tu supervivencia en esta horrible tierra castellanizada, el resumen es que España sigue siendo una dictadura. Al fin y al cabo, si tantos demócratas lo dicen a la vez, será verdad. Pero, ey, “que aquí nadie lo dice.”
Hace tiempo que el lenguaje político en España se desliza por la vertiente de la hipérbole y de no medir las consecuencias de lo que se dice. Se puede rastrear el origen de esta tendencia desde la oposición de González y Guerra a Suarez, siguiendo con Aznar. En Cataluña hoy, alcanza su cénit. Los políticos se han arrojado todo tipo de munición en la lucha partidista, posteriormente pasó a las tertulias y medios de comunicación y finalmente al habla de los ciudadanos de a pie. En ese proceso no ha importado deslegitimar las instituciones, minusvalorar la democracia existente o romper los consensos tácitos que mantienen las sociedades integradas. Por eso se pueden decir cosas como la del post o como la que ha dicho Rufián (“el Constitucional es el brazo armado del Estado”) y seguir funcionando, mal que bien, con normalidad. Cualquiera de las dos cosas, de pensarlas seriamente, debería llevar aparejada algún tipo de acción extraordinaria que nunca llega. Sólo se quieren más votos, el modo de conseguirlos no importa.
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No eres el primero que me comenta lo de González y Guerra. Creo que, en general, es un fenómeno bastante global pues también se da en otros países, pero sí, aquí en Cataluña se le ha dado alas. El problema, por supuesto, es que uno ya no sabe quién usa hipérbole y quién va en serio. Algún día alguien (estilo CUP o Podemos, o peor) dirá lo del brazo armado o “genocidio cultural,” pero no lo dirá llevado por la pasión y la falta de consecuencias de lo que dice, sino porque se lo cree.
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